Mayormente autodidacta, el gran Andrés Segovia (1893-1987) se sintió atraído por la guitarra desde muy joven: «fue su sonido poético, melancólico, su variedad tímbrica y la amplitud de sus posibilidades armónicas lo que me cautivó, e intuí cuán bella podría llegar a ser la música que un artista sensible lograría extraer de ella». Segovia siguió su instinto y fue recompensado con reconocimiento internacional como el intérprete más relevante de este instrumento que, hasta entonces, raramente aparecía en salas de conciertos. Su legado perdura hasta nuestros días.
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